Cuando la taza de mate cocido
descansa lejos del estómago de un niño
cuando las opciones se ajustan tanto
que se hacen solo almuerzo o solo cena,
cuando los pies ya son solo pies descalzos,
cuando los ojitos de un niño hacen sombra en la existencia,
El titiritero,
por un instante pone el sol
dibuja olvido en ellos
(no olvidando lo olvidos de los otros, los que prometieron el cambio,
los condena en sus lágrimas escondidas por los niños)
su magia enmudece el chillido de las panzas
y el almuerzo o la cena no preocupan en la magia de ese instante
y los pies no duelen en el agujero de las zapatillas sin medias
y la desnudez de los ojitos en ese instante.
El titiritero ilumina la sonrisa, pinta la posibilidad de un sueño
y les propone un sueño y juega,
entonces,
todo es posible de ser en el universo del titiritero
de cambiar por ellos
de hacer para ellos una propuesta verdadera mientras sueñan.
Si supieramos como el titiritero que los niños
son el privilegio de ser esencialmente humanos
y de hacernos más humanos
por los siglos de los siglos
jamás nuestros niños necesitarían reír para olvidar sus hambres,
sus fríos y los olvidos de un otro.